-¿Quién eres?- me pregunta por cuarta vez en una hora.
Simplemente la miro y espero a que su mente viaje a dios sabe dónde una vez más.
¿Cómo ha llegado a esto? ¿Por qué ella?
Era una persona sencilla, humilde, trabajadora y sobre todo devota para con sus hijos y ahora… Ahí esta parada delante de la televisión una vez más, sin ni siquiera recordar nada, ni a mí, a su hija pequeña, a su ojito derecho como solía decirme a escondidas de mis hermanos…
Esta horrible enfermedad se la ha llevado de mi lado.
Limpio rápidamente la lágrima que corre por mi mejilla, ya apenas lloro, ya no me quedan lágrimas que derramar, y lo que es peor, la alteraba verme llorar, para ella, ahora, solo soy una extraña, una desconocida que se sienta a su vera para ver la televisión, si me ve llorar se desmorona, trata de consolarme y se da cuenta que sus piernas no la obedecen, entonces grita, llora, se golpea…
Esta enfermedad la está matando…nos está matando a todos poco a poco.
De vez en cuando evoca algunos recuerdos, la enfermedad se hace más fuerte entonces.
Ella nos mira y llora sin consuelo, cuando puede volver a articular palabra llega la peor parte…suplica que la matemos.
¿Cómo vamos a hacer eso?
Es nuestra madre…pero está sufriendo, en esos escasos momentos ella sabe que se muere, o peor aún, que nos olvida, a nosotras, a sus adorados hijos y eso la mata aún más que la enfermedad.
El reloj de pared que tanto le gustaba comienza a marcar la hora de dormir, son las nueve, como cada noche apago la televisión y llevo su silla de ruedas hasta su dormitorio, como puedo la recuesto en la cama, la desvisto, la cambio el pañal…otro de los regalos de esta enfermedad, le pongo su pijama y la acuesto, como si fuera un bebé, la cuido como el bebé que nunca he tenido, a mi madre… otra lágrima.
-No llores, hija mía- me dice tocando mi mejilla.
-Mamá, ¿qué hago? ¿Qué hago?...- le suplico una respuesta entre mis lágrimas.
-Hija, hazlo, nadie te juzgará, yo no te juzgaré… vive tu vida.
Me derrumbo, caigo sobre mis rodillas y lloro, lloro como hacía mucho no me permitía hacer, mientras ella, tan dulce como siempre, me consuela acariciando mi descuidado cabello.
Después de lo que me parece una eternidad me pongo de pie, cojo una jeringa de las que uso para ponerle los tranquilizantes cuando se golpea y la lleno de aire…
-Te quiero, no lo olvides nunca, por favor. Hazlo- me suplica.
-Yo también te quiero mamá.
Pilar Bermúdez Gil (aurorabg)
Palabra: Recuerdos
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