miércoles, 24 de marzo de 2010

Ella sonreía

Y ahora, en la oscuridad de mi habitación, pienso. Pienso en ella. Cierro muy fuerte los ojos y me imagino que la tengo delante, que puedo tocarla, incluso besarla. Su recuerdo va perdiendo nitidez con cada noche que pasa, pues ya son muchos los meses sin poder disfrutar de su presencia. Y lloro por no poder hablarle, lloro por todo lo que no hice, lloro porque alguien me ha robado mi máquina del tiempo, que tanto necesitaba. Y sufro porque siento que la pierdo por segunda vez, esta vez en mi memoria; sufro porque no pude alcanzar lo que tanto anhelé, sufro porque las lágrimas tienen un principio pero no un fin, porque esta opresión en mi pecho amenaza con hacerse más fuerte.

Pienso en ella, pienso en su sonrisa. Era una sonrisa alegre, nunca forzada, a veces tímida o nerviosa. Me gustaba verla sonreír, mientras dibujaba mentalmente el contorno de aquellos labios que me hacían soñar. A veces me daba la sensación de que me sonreía a mí, pero más tarde comprobé que sólo miraba cómo las nubes se iban de viaje hacia el país de los sueños. Sí, solíamos irnos al país de los sueños. Me cogía de la mano para que no me cayese, e íbamos saltando de nube en nube, como si el cielo fuese un mar eterno. Era eterno porque nunca se acababa.

Ahora ya no paseamos juntas, ha soltado mi mano. Ahora mi alma vaga por los cielos, sola, sola. Ya no hay sonrisa, ni labios, ni nubes; ella se los ha llevado. Tampoco hay ilusión ni esperanza; el cielo se las ha quedado. Ahora vivo envuelta en niebla, ni siquiera puedo ver brillar las estrellas; ella las apaga para que no puedan concederme deseos. Por eso me gusta tanto la oscuridad de esta habitación... donde no hay luz no se ve la niebla. Yo también, como Neruda, pienso que puedo escribir los versos más tristes esta noche.


Palabras: Sonrisa

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