domingo, 26 de abril de 2009

El Virus


Sigo avanzando por las calles con la lejana esperanza de volver a la realidad. Hace días que deambulo solo, con el único rumbo que el de encontrar; sea a quien sea. Pero en estas calles, tan anchas y tan largas, con sus edificios vertiginosos de cientos de balcones, el sonido monótono que me persigue, que me acompaña en todo momento, es el propio eco de mis pisadas. Al alzar la vista veo, al final de Balmes, el cruce que comunica con la espectacular Diagonal. Mientras desciendo, caminando por la mitad de la calzada, me vuelvo a fijar en esos poderosos edificios grisáceos que flanquean la calle, en la multitud de balcones que en esta época, la de verano, eran inundados por sus inquilinos que hablaban entre vecinos a voces; y que ahora no son más que viejas y oxidadas barandillas protegiendo el mismo número de persianas cerradas. Pienso que, desde alguna rendija de alguna de esas persianas vilmente atrancadas, hay unos ojos que me observan caminar solitario por esa calle que tantos millones de personas han pisado una vez en su vida; y que nunca más volverán a hacerlo. Y entonces vuelvo a pensar…

Salgo por la bocacalle y aparezco en la Diagonal, la vía aorta del tránsito de la gran ciudad. Miro a un lado y al otro inútilmente. Sé que no va a haber nadie, pero continúo sin perder la esperanza. Entonces, llego hasta el mismísimo medio de la enorme avenida y me estiro en el suelo, estupefacto a mi reacción; entendiéndola en muy pocos segundos. Es la primera vez en toda mi vida que veo esta avenida desierta. Un día soñé que podía estirarme en el centro y dejar que los coches pasaran por el alrededor. Pero ahora ya no hay coches. Ni gente que me señale con el dedo y piensen que estoy loco porque estoy aquí tirado y riéndome a carcajadas mirando hacia el cielo. Y nadie se preguntará por qué me río como un poseso y grito, y pataleo. Si hubiera alguien, aunque sólo fuera una persona, se daría cuenta de que no sería la única en toda la ciudad que estaría libre de la perturbación que se ha apoderado de Barcelona. Se daría cuenta, también, de lo mucho que agradecería no haber contratado el servicio; como ha hecho el resto de los habitantes de mi ciudad, y que ahora permanecen en sus sillas, inyectando a su cerebro, a través de los ojos, el peor virus que ha conocido la humanidad: Internet.

Continúo solo, a ver qué encuentro.

Jérôme d'Anjou

Texto más votado sobre la palabra "Internet"

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