miércoles, 15 de abril de 2009

Historias de mi vida


Capítulo 1

Nunca pensé, como todos ustedes, que esto iba a llegar a ser fácil. Que la vida es inocente, y todo es amor. Yo tenía trece años cuando quise empezar a soñar, cuando empecé a fotografiar mi vida, cuando por primera vez quise leer Historias de mi vida, no llega a ser fácil cuando no te quedan más noches con las que soñar, y más amaneceres para poder anhelar... yo con mis treinta y pocos años, cuarenta me echan, no creo que llegue a ver esos días, o noches con damas extrañas.
Me llamo Julián Hernández, vivo en la Calle Melancolía, sin número. Siempre quise mudarme a la Calle Libertad, a tres manzanas de aquí, no muy lejos pero sí más acogedor, pero me lo impide la señorita de enfrente. Siempre le veo sentada con el mismo libro, ese libro que me habré leído y releído unas cuantas veces, tantas que le habré visto sentada frente al alba.
Cuando mira hacia arriba donde me la imagino desnuda, le sonrío, esperando por respuesta otra por igual.
Yo siempre he sido un mujeriego soñador, teniendo cada noche una anécdota que contarme cuando pasan los días, y cuando no, intento crearlas.

Esa misma noche bajé al bar de enfrente, donde bajo dos veces al año, a beberme mis melancolías en copas de coñac… se me hizo tarde, pero no tan tarde como para esperarla, sólo faltaban un par de minutos para que ella llegase con su vestido blanco, ese vestido blanco que yo soñaba desnudarle y besarle desde el cuello hasta llegar a su pubis, pasando las yemas de mis dedos por sus dulces y pequeños senos. Me apresuré lo antes posible de que ella llegase y ahí encontrarle. Pasaron minutos que a mí me parecían siglos, y que nunca pensé que valían tanto aquellos momentos. Se sentó en su rincón de siempre, pero a mi lado… le sonreí, y como siempre no obtuve respuesta.
Permanecí sentado hasta que ella se fuese entre las calles perdidas. Al fin se levantó, pero quise que ese momento nunca acabase… quería contarle mis secretos más íntimos hacia ella, pero antes de abrir la boca me susurró:
- La próxima vez no tarde tanto tiempo.- Sonrío, tenía una sonrisa dulce, como su voz. En realidad ella en sí era dulce…

Se me paralizó la voz, en esos momentos me sentí como un niño de quince años, y solo me limité a sonreír. Y no parar de mirarla.
Es la primera, y sueño que no sea la última, que una dama me diga esas palabras que al salir de su boca era como sacada de una poesía. Fue como ponerse delante de un piano y sin mucho esfuerzo sacar la melodía adecuada y perfecta.
Siempre pensaba que era hermosa, pero no tanto como aquella vez. Parecía como una rosa blanca entre tantas rojas. Tenía unos ojos marrones claros que cuando le daba el alba se le ponían verdes, si tocabas la nariz con la punta del dedo era como bajar desde un tobogán y perderte junto a sus labios… los cuales eran pequeños, y concordaban con su sonrisa. Era algo más baja que yo, y delgada, pero ya hecha una jovencita. Tendría veinte años.
Al día siguiente volví a bajar, pero no la encontré allí. Así dos semanas consecutivas… dejé de ir ya al tercer mes, pensaba que ya nunca volvería, pero aún con ese pensamiento me sentaba delante de aquella ventana donde siempre la observaba con la esperanza de volverle a ver.

Pasé el invierno solo, y llegó la primavera. Empecé a llevar damas extrañas, que a la mañana se iban sin un volveré pronto. El 12 de abril del 1945, abrí la ventana sin respuesta alguna, y la encontré, como siempre tan hermosa, e incluso más… es como si le diese color a esa casa tan solitaria, y realmente abandonada por un vejestorio como yo. Como si todos los secretos entrasen y me susurrasen al oído.
Bajé corriendo sin dudar un instante, dejando atrás todos los secretos allí y encontrando otros nuevos que me hablasen de calles con color púrpura... Cuando llegué ella sabía que estaba a su lado aún sin mirarme.
La noche se nos iba de las manos para darnos la bienvenida con su color. Pero no fue bienvenida lo que me quiso decir.
- La próxima vez no tarde tanto tiempo… - dijo con el mismo tono dulce y hermoso que aquella vez.
Se levantó y volvió a perderse calles abajo… pensando que esa iba a ser la última vez que le volvería a ver. Quise correr, y no estaba seguro si detrás de ella o en cualquier otra dirección por no haber llegado a la hora adecuada, pero mis pies se quedaron clavados al suelo. Un par de minutos después, cuando ella ya se había ido comiéndose el alba, yo despegué los pies del suelo y fui arrastrando mi alma hacía esa casa abandonada, y ya no sé si me pesaba el cuerpo porque me estaba haciendo viejo, o era el alma lo que me pesaba…

Al llegar a casa miré el buzón, tenía mucha propaganda, pero una carta con una caligrafía demasiado bonita me llamo mucho la atención…

Querido Julián:
Quisiera invitarle mañana a las doce la noche, donde siempre... La próxima
vez no tarde tanto tiempo.

Atentamente: Isabella.

Sabía que era ella, esa caligrafía no podría ser de una cualquiera. Miré al reloj y sólo me faltaban unas horas. Me aseé, me peiné… y me fui rumbo a la Calle Jorge III a comprarme el mejor traje que hubiese. Las calles parecían que fuesen mías de lo solitarias que estaban… desde hace mucho tiempo sentí como el sol me alumbraba, y no literalmente.
Una vez comprado el mejor traje, quise robarle un poco de tiempo al día para poder comprarle una rosa blanca, pero sé que no habría ni comparación con ella.
Eran ya las diez de la noche y sólo me faltaban un par de horas para encontrarme con ella en la noche perdida, que de farola ya estaba la luna.

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