Miguel Guzmán era, y sigue siendo, un fotógrafo que no deja ningún cabo suelto en toda su trayectoria artística. Consigue sacar de un triste mimo una ternura incomparable, de un bodegón puede sacar una exquisitez entrañable para un paladar que jamás probará bocado del susodicho plato, y así muchos ejemplos más. Un día estaba sentado en una cafetería tomando un carajillo de Baileys, cuando un hombre con gafas de sol se le acercó con una sonrisa ladina en la cara. De lejos se veía que tarde o temprano le haría una proposición para trabajar para él, pero esperó su oportunidad. El hombre tampoco es que disimulara sus formas, porque iba todo disfrazado con ropas de marca, que si corbata Bullberry, que si sombrero color sepia del mismo, unos zapatos de Adolfo Dominguez que derrochaban de todo menos simplicidad, un traje hecho a medida a juego con el complemento que debía costar como mínimo un total de cinco cifras quitando, eso sí, las comas para sustituirlas por puntos; llevaba también un pañuelo de seda de color salmón. Iba todo a conjunto de todo y de nada a la vez, era simplemente un hombre tan pobre que solo tenía dinero y también un moreno que sobraba comentar que no era de por la zona. Se sentó enfrente de Miguel y enseguida le tendió la mano dejando ver un Rolex de oro blanco, no pierde detalle, pensó el fotógrafo, pero el señor siguió:
- - Buenas tardes Miguel, se me hace muy raro verle en realidad.
Se refería a que el artista, que era como lo habían denominado muchos de los periodistas, amigos y conocidos, era simplemente brillante. Apareció hasta en un programa de televisión de tirada nacional que emitían los jueves por la noche después del telediario. La última exposición trataba sobre la miseria en el mundo, para ello tuvo que viajar a sitios donde la situación es más probable encontrarla que no en otros sitios. Con esta última muestra de ingenio y castigo por parte de la política y otros medios que se sabían que estaban, pero no acababan de admitir, Miguel pasó a ser un simple fotógrafo al mejor e inigualable en la historia del arte moderno, tenía un objetivo que podía realzar los sentimientos, el realismo, el todo.
- -Muy bien, aquí me tiene ¿qué trabajo quiere que le haga?
- No pierdes mucho el tiempo, si es verdad que tengo un trabajo para ti, pero lo que no sé es como has llegado a saber que venía por eso.
- Es muy fácil, con toda la parafernalia que lleva, todo de marca, un reloj de oro blanco. Señor usted brinda, como muchos otros de mis clientes soberbia, poder y sobretodo y más importante, dinero.
El hombre trajeado empezó a reír mientras se sacaba un papel arrugado de dentro de la americana, a primera vista parecía una fotografía de una niña, pero al fijarse mejor se dio cuenta de que era una instantánea hecha a una chica de unos diecisiete años.
- - Muy bien, una chica ¿qué quiere que haga con esto?
- Se llama Isabella, es mi mujer, pero necesito que salga más hermosa de lo que está en realidad.
- Las fotos hacen maravillas, nunca hacen milagros, además esta chica es muy guapa así como está.
- Ya, pero pasa una cosa, verá. Hace como dos semanas estábamos los dos de viaje en Hawaii- eso explicaba el moreno extranjero- y entonces ella me quiso preparar la cena, creo que era carne de por la zona, no me acuerdo del animal, lo cierto es que al preparar la comida con tanto aceite, con los nervios, las prisas y unos pies que tropiezan, incluso con el llano, la sartén se le cayó en la cara y parte del hombro izquierdo, dejándola- el hombre hizo un ademán sacando otra fotografía del bolsillo que tenía en el pecho- de esta manera.
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